jueves, 17 de junio de 2010

Viaje a la semilla

Cuando el último rastro de la existencia de la casa hubo desaparecido, los árboles en las calles y plazas fueron reduciéndose hasta no ser más que tallos verdes y lozanos, libres de corteza embrutecedora y hojas pomposas. Regresaron las cabezas de cuanto árbol había sobre la tierra a ella mientras los astros se sucedían rápidamente en un firmamento cambiante: estrellado, dorado, estrellado, dorado...
Las corazas metálicas y el corazón contaminante de los autos se transformaron en madera tirada por caballos que se volvían mas joviales con el pasar del tiempo, cuyas pezuñas no crecían hasta tener que limarlas sino que se reducían paulatinamente y sus cuerpos retornaban al del potrillo.
Guerras de razas estallaron, pero esta vez el invasor no invadía, sino que se disponía, desconstruyendo cuanto edificio había construido y desasfaltando cuanto camino había trazado y asfaltado, recogiendo a sus caídos en combate y uniéndolos a sus filas, a retornar a su madre patria. Y los indígenas volvieron a reinar sobre sus tierras, mientras que al otro lado del mundo retornaban los bárbaros germánicos a sus pillajes e incursiones. Y los hombres rieron ante la consumación de sus deseos adolescentes de rebeldía e ilegalidad, gozándo del placer de la carne y la confusión de los sentidos mediante Artemisias, vino, cerveza, hidromiel y hongos.
Los dioses de Asgard se retiraron ante Júpiter y su estirpe, quienes levantaron a un decadente pueblo romano y lo transformaron en la cúspide del mundo. Se sonrieron ante el afán de exploración, de búsqueda y de descubrimiento y se dijeron que descubrir el mundo y a ellos mismos era divertido. Y los vientos soplaron y la luna iluminó, los mares se sacudieron y las lluvias purgaron la tierra, hasta que del imperio romano quedaron solo dos hermanos, del cual uno sacó el hacha clavada en el cráneo del otro y retornaron juntos, como infantes inocentes, al pecho de la loba que los crió. Las pirámides perdieron estatura y desaparecieron. Y miles se hicieron cientos, y los cientos se hicieron decenas, y las decenas se hicieron un par: un hombre y una mujer, desnudos, en un paraíso del que alguna vez fueron expulsados por un error que el tiempo se encargó de desandar y, protegidos por las paredes cálidas que el Padre y la Madre Tierra brindaron, se regocijaron en su vida sin preocupaciones ni obligaciones, hasta que Adán volvió a ser barro y la Tierra desapareció en una efigie que duró siete noches y siete días. Entonces el Universo entero descansó y no hubo sino quietud.




En este texto he querido plasmar el mismo sentimiento de "retorno a la infancia" que plantea el texto de Alejo Carpentier, pero esta vez no para un individuo sino para la humanidad completa, que parece desarrollarse de forma similar a la expuesta por Carpentier.

1 comentario:

  1. EVALUACIÓN

    Muy buen trabajo; un texto provocativo, un tanto rebelde podría decirse al presentar una visión personal de ciertos hitos históricos (imagen del Imperio Romano)
    Lamentablemente adolece de errores ortográficos, incluso uno grave, que deterioran la calidad lograda con el contenido.

    NOTA: 6.5

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